Poesía=Poiesis(creación).
Muchos son los rostros con que se
manifiesta. Muchas y muy hondas las motivaciones que impulsan la génesis de
esta labor creadora.
Si bien, en un principio, el
término abarcaba también a la épica, de la que surgió la narrativa, en esta página nos
referiremos exclusivamente a la poesía
lírica, esa otra derivación genérica del material de los antiguos rapsodas.
La poesía así entendida encuentra en la riqueza polisémica de sus imágenes y en el poder transformador y renovador propio del lenguaje,
su capacidad de sugestión y encantamiento. Cada poeta tiene sus designios, íntimos
y absolutamente personales. Cada época marca un ritmo, un tono o un posible abordaje. El aire de época puede constituir un marco de
influencia, o, por el contrario, un blanco de cuestionamiento. Pero en todos los
casos, la intención de poetizar implica siempre un quiebre, una ruptura. Con el
uso frecuente y desgastado de la palabra, con su función referencial, con la
cristalización conceptual, con la tradición simbólica heredada.
En la medida que el poeta logre emancipar su expresión de estas ataduras, su voz se tornará más original y potente. Su palabra abrirá una honda herida en el cuerpo de la lógica. Entablando un diálogo con los abismos, se convertirá en la encendida llama que brilla entre las piedras que, día a día, recoge Sísifo, en la luz prodigiosa que alumbra al universo. El poema devendrá en un océano con sus corrientes subacuáticas, un cielo inesperado, un ocaso encendido de ritmos tribales.
En la medida que el poeta logre emancipar su expresión de estas ataduras, su voz se tornará más original y potente. Su palabra abrirá una honda herida en el cuerpo de la lógica. Entablando un diálogo con los abismos, se convertirá en la encendida llama que brilla entre las piedras que, día a día, recoge Sísifo, en la luz prodigiosa que alumbra al universo. El poema devendrá en un océano con sus corrientes subacuáticas, un cielo inesperado, un ocaso encendido de ritmos tribales.
Forma de creación que, partiendo
de la más extrema subjetividad, confraterniza con el dolor ajeno, con el centro neurálgico de la emoción
universal. Semántica de la oblicuidad, del misterio que encierra la vida y la muerte.
Interrogante infinito que escarba con sus signos el terreno donde se labra la revelación.
Quien escribe poesía y quien la
lee, quien sale a su paso o quien es interceptado por su fulgor no permanece
indemne. Y es muy posible que uno y otro
se encuentren en algún punto de esa urdimbre.
Atraídos por el imán que desde cada hendija de su sonoridad y su
silencio magnetiza al deseo.
Los poemas que aquí se
transcriben pertenecen al período que abarca fines del siglo XIX y siglo XX.
Período muy rico en la exploración de
técnicas y en la búsqueda de formas y contenidos
innovadores y en, algunos casos, cargados de una alta dosis de rebeldía e inconformismo.
Rainer María Rilke, en sus Cartas a un joven poeta escribió:
Me pregunta usted si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí. Antes se lo ha preguntado a otros. Los envía a las revistas. Los compara con otras poesías, y se inquieta cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos. Ahora (ya que usted me ha permitido aconsejarle) ruégole que abandone todo eso. Usted mira a lo exterior, y esto es, precisamente lo que no debe hacer ahora. Nadie le puede aconsejar ni ayudar; nadie. Solamente hay un medio: vuelva usted sobre sí. Investigue la causa que le impele a escribir; examine si ella extiende sus raíces en lo más profundo de su corazón. Confiese si no le sería preciso morir en el supuesto de que escribir le estuviera vedado. Esto ante todo: pregúntese en la hora más serena de su noche: “¿debo escribir?” Ahonde en sí mismo hacia una profunda respuesta; y si resulta afirmativa, si puede afrontar tan seria pregunta con un fuerte y sencillo “debo”, construya entonces su vida según esta necesidad; su vida tiene que ser, hasta en su hora más indiferente e insignificante, un signo y testimonio de ese impulso.
(…)
Para los creadores no hay pobreza ni lugar pobre, indiferente. Y aun cuando usted estuviese en una prisión cuyas paredes no dejasen llegar hasta sus sentidos ninguno de los rumores del mundo, ¿no le quedaría siempre su infancia, esa riqueza preciosa, imperial, esa arca de los recuerdos? Vuelva usted a ella su atención. Procure hacer emerger las hundidas sensaciones de aquel vasto pasado: su personalidad se afirmará, su soledad se agrandará y convertirá en un retiro crepuscular ante el cual pase, lejano, el estrépito de los otros. Y si de esta vuelta a lo interior, si de este descenso al mundo propio surgen versos, no pensará en preguntar a nadie si sus versos son buenos. Tampoco tratará de que las revistas se interesen por tales trabajos, pues verá en ellos su preciada posesión natural, un trozo y una voz de su vida. Una obra de arte es buena cuando ha sido creada necesariamente.
Rainer María Rilke (República Checa, 1875-1926).
Fuente: Rilke, Rainer María, Cartas
a un joven poeta, Buenos Aires, Ediciones Siglo Veinte, 1974.