El espíritu de la
calle Corrientes no cambiará con el ensanche (frag.)
La verdadera calle Corrientes
comienza para nosotros en Callao y termina en Esmeralda. Es el cogollo porteño,
el corazón de la urbe. La verdadera calle. La calle en la que sueñan los
porteños que se encuentran en provincias. La calle que arranca un suspiro en
los desterrados de la ciudad. La calle que se quiere, que se quiere de verdad.
La calle que es linda de recorrer de punta a punta porque es calle de vagancia,
de atorrantismo, de olvido, de alegría, de placer. La calle que con su
nombre hace lindo el comienzo de ese
tango:
Corrientes… tres, cuatro, ocho…
Y es inútil que traten de
reformarla. Que traten de adecentarla. Calle porteña de todo corazón está
impregnada tan profundamente de ese espíritu tan “nuestro”, que aunque le poden
las casas hasta los cimientos y le echen creolina hasta la napa de agua, la
calle seguirá siendo la misma…la recta donde es bonita la vagancia y donde
hasta el más inofensivo infeliz se da aires de perdonavidas y de calavera
jubilado.
Y este pedazo es lindo, porque
parece decirle al resto de la ciudad, seria y grave:
-Se me importa un pepino la
seriedad. Aquí la vida es otra.
Y lo cierto es que allí la vida
es otra. Es otra específicamente. La gente cambia de pelaje mental en cuanto
pasa de una calle muerta, a ésta donde todo chilla su insolencia, desde el
lustrabotas que os ofrece un “quinto” hasta la manicura que en la puerta de una
barbería conversa con un cómico, con uno de esos cómicos cuyas fláccidas
mejillas tienen un reflejo azulado y que se creen genios en desgracia, sin ser
desgraciados por ello.
Linda y brava la calle.
Entre edificios viejos que la
estrechan, se exhiben las fachadas de los edificios de departamentos nuevos.
Edificios que dejaron de ser nuevos en cuanto fueron puestos en alquiler,
porque los invadieron bataclanas y ex actrices y autores, y gente que nada
tiene que ver con los autores y que, sin embargo, son amigos de los autores, y
cómicos, cómicos de todas las cataduras, y cómicas, y damas que nada tienen que
hacer con Talma ni con la comedia, ni con la tragedia, como no sea la tragedia
que pasan a la hora del plato de lentejas.
Y qué decir de sus “orquestas
típicas”, orquestas malandrines que hacen ruidos endiablados en los “fuelles”,
y de sus restaurantes, con congrios al hielo y pulpos vivos en las
vitrinas y lebratos para enloquecer a
los hambrientos, y sus cafés, cafés donde siempre los pesquisas detienen a
alguien, “alguien” que, según el mozo, es “persona muy bien, de familia”.
Calle de la galantería
organizada, de los desocupados con plata, de los soñadores, de los que tienen
una “condicional” y se cuidan como la
madre cuida al niño, este pedazo de la
calle Corrientes es el cogollo de la ciudad, el alma de ella.
Es inútil que la decoren
mueblerías y tiendas. Es inútil que la seriedad trate de imponerse a su alegría
profunda y multicolor. Es inútil. Por cada edificio que tiran abajo, por cada
flamante rascacielos que levantan, hay una garganta femenina que canta en voz
baja:
Corrientes… tres, cuatro, ocho…
segundo piso
ascensor…
Esta es el alma de la calle
Corrientes. Y no la cambiarán ni los ediles ni los constructores. Para eso
tendrían que borrar todos los recuerdos, la nostalgia de:
Corrientes …tres, cuatro, ocho…
segundo piso
ascensor…
Fuente: Arlt, Roberto, Aguafuertes
porteñas, Buenos Aires, Ed. Losada, 1990. Publicadas en el diario El Mundo hacia 1928.
Veredas de Buenos Aires
De pibes la
llamábamos la vedera
y a ella le gustó que
la quisiéramos.
En su lomo sufrido
dibujamos
tantas rayuelas.
Después, ya más
compadres, taconeando,
dimos vueltas manzana
con la barra,
silbando fuerte para
que la rubia
del almacén saliera a
la ventana.
A mí me tocó un día
irme muy lejos
pero no me olvidé de
las vederas.
Aquí o allá las
siento en los tamangos
como la fiel caricia
de mi tierra.
Nota: De este texto nació un tango con
música de Edgardo Cantón.
Fuente: Cortázar, Julio, Salvo
el Crepúsculo, Buenos aires, Ed. Alfaguara, 1998.
RUAS
Florida
Para chimentos ,
Florida;
jovata, shuseta,
rana,
pinturera y alacrana,
de infantería
corrida,
con pedigré de
engrupida,
melenas a la macana,
chivitas a la podrida
y gambas a la banana.
Avenida 9 de julio
Eva metropolitana,
cuando morfó la
manzana
y se agrandó en el
mordisco,
le quedó un choclo
del fisco
dragoneando de obra
pública.
Y en Plaza de la República ,
otro choclo: el
Obelisco.
Autor: Amaro Villanueva (Gualeguay, 1900-BS. As.,1969)
El viejo
Quisiera amasijarme
en la infinita
ternura de mi barrio
de purrete,
con un cielo cachuzo
de bolita
y el milagro coleao
del barrilete.
Verlo a mi viejo, un
tano laburante
que la cinchó parejo,
limpio y claro;
y minga como yo, un
atorrante
que la va de sover y
se hace el raro.
Mi viejo, falegname,
era grandote,
y un cuore chiquilín,
siempre en la vía.
Su vida no fue más
que un despelote
y un poco, claro
está, por culpa mía.
Vino en el “Conte
Rosso”. Fue un espiro.
Tres hijos, la mujer,
a más un perro.
Como un tungo tenaz
la fue de tiro.
Todo se la aguantó:
hasta el destierro.
y aquí palmó…aquí
está adormecido
mi viejo, el pobre
tano laburante.
Se la tomó una cheno
de descuido
y me dejó un recuerdo
lacerante.
Qué mundo habrá
encontrao en su apoliyo
si es que hay un
mundo pa’ los que se plantan.
Sin duda el cuore
suyo se hizo grillo
y su mano cordial es
una planta.
Autor: Julián Centeya (Amleto Vergiati), Parma, Italia, 1910- Bs.As,
1974.
Fuente: Furlan,
Luis Ricardo, La poesía lunfarda,
Bs.As. CEDAL, 1971.