Diseño, color y sonido


Claro de luna es una de las cuatro piezas que  integran la Suite Bergamasque compuesta por Claude Debussy en 1890. Esta composición toma su nombre de la Commedia dell’ Arte de Bérgamo.  La pieza Claro de luna está inspirada en un poema homónimo  que abre el libro Las fiestas galantes de Paul Verlaine:

Vuestra alma es igual que un paisaje escogido
Que encantan bergamascos y máscaras fugaces,
Tocando su laúd y un poco entristecidos,
Danzando bajo de fantásticos disfraces.

Cantando sin cesar en un tono menor
El triunfador amor  y la vida oportuna,
Parecen no creer en su felicidad,
Uniendo sus canciones al claro de la luna

Al claro de la luna, entristecido y bello,
Que hace cantar los pájaros entre los verdes árboles
Y sollozar estáticos los bellos surtidores,
Los altos surtidores, entre los blancos mármoles.

Paul Verlaine (Francia, 1844-1896).


ALQUIMIA DEL VERSO

Mía. La historia de uno de mis desvaríos.

Desde mucho tiempo atrás me jactaba de poseer todos los paisajes posibles, y me parecían irrisorias las celebridades de la pintura y de la poesía moderna.
Me gustaban las pinturas idiotas, los capiteles, las decoraciones, las lonas de los saltimbanquis, los rótulos , las estampas populares, la literatura pasada de moda, el latín eclesiástico, los libros eróticos sin ortografía, las novelas de nuestras abuelas, los cuentos de hadas, los libritos infantiles, las óperas antiguas, los refranes tontos, los ritmos ingenuos.
Soñaba con cruzadas, con viajes de descubrimiento de los que no existe relación, repúblicas sin historia, guerras de religión sofocadas, revoluciones de costumbres, desplazamientos de razas y de continentes: creía en todos los encantamientos.
¡Inventé el color de las vocales! – A negra, E blanca, I roja, O azul, U verde. Ordené la forma y el movimiento de cada consonante y me jactaba de haber inventado, mediante ritmos instintivos, un verbo poético accesible, un día y otro, a todos los sentidos. Me reservaba su traducción.
Fue antes que nada un estudio. Escribía silencios, noches, anotaba lo inexplicable. Fijaba vértigos.

Arthur Rimbaud (Francia, 1854-1891).

Caligrama


Guillaume Apollinaire (Italia, 1880-París, 1918).

Fuentes:
Verlaine, Paul, Antología poética, Barcelona, Editorial Bruguera, 1969. Traducción: Luis Guarner.
Rimbaud, Arthur, Una temporada en el infierno, Buenos Aires, CEDAL, 1969. Traducción: Raúl Gustavo Aguirre.
Apollinaire, Guillaume, La linda pelirroja y otros poemas, Buenos Aires, CEDAL, 1987. Traducción: Rodolfo Alonso.


Estatua de Fernando Pessoa en la puerta del café A Brasileira, lugar de reunión de artistas e intelectuales. Barrio de Chiado.

FERNANDO PESSOA: UN POETA, MUCHOS POETAS

Fernando Antonio Nogueira Pessoa (Lisboa,1888-Lisboa, 1935) empleó en su escritura el recurso de la heteronimia, que aunque no es exclusivo de él, en su caso, sostiene el drama-em-gente: un poeta dramático que escribe poesía lírica y es, a la vez, varios poetas.
Al referirse al aspecto ético del sensacionismo, tendencia dentro de la cual ubica a su obra, Pessoa nos aporta la siguiente causalidad del fenómeno:
Habiéndome acostumbrado a no tener creencias n i opiniones, no fuese a debilitarse mi sentimiento estético, en breve terminé por no tener ninguna personalidad, excepto una personalidad expresiva; me transformé en una máquina apta para expresar estados de espíritu tan intensos que se convirtieron en personalidades e hicieron de mi propia alma la mera cáscara de su apariencia causal.
(El regreso de los dioses, pg. 248).
Si nos extendemos un poco más allá de las motivaciones personales, podríamos decir que esta fragmentación subjetiva y la visión multifacética que la traduce, da cuenta de los profundos cambios sociales, políticos y económicos que tuvieron lugar entre fines del siglo XIX y principios del XX y, quizás, también exprese el resquebrajamiento de la tradición imperial portuguesa y su consecuente división geográfica.
TABAQUERÍA
de Fernando Pessoa (Alvaro de Campos)

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
de mi cuarto, de uno entre los millones del mundo que nin-
guno sabe quién es
( y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?)
Dais hacia el misterio de una calle cruzada constante-
mente por gente,
con una calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente
cierta,
con el misterio de las cosas por debajo de las piedras y de los
seres,
con la muerte poniendo humedad en las paredes y cabellos
blancos en los hombres,
con el Destino conduciendo la carroza de todo por el
sendero de nada.

Estoy hoy vencido, como si supiese la verdad.
Estoy hoy lúcido, como si estuviese por morir
y no tuviese más hermandad con las cosas
que una despedida, tornándose esta casa y este lado
de la calle
en la fila de vagones de un tren, y una partida
señalada
desde dentro de mi cabeza
y una sacudida de mis nervios y un crujir de
huesos en la partida.

Estoy hoy perplejo como quien pensó y encontró y ol-
vidó.
Estoy hoy dividido entre la lealtad que debo
a la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por
fuera,
y la sensación de que todo es sueño, como cosa real por
dentro.

Fallé en todo.
Como no me hice propósito alguno, tal vez todo fuese nada.
El aprendizaje que me dieron,
me bajé de él por la ventana trasera de la casa.
Fui hasta el campo con grandes propósitos.
Pero allí solo encontré hierbas y árboles,
y cuando había gente era igual a otra.
Salgo de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué he de pensar?

¿Que sé yo lo que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Seré lo que pienso? ¡Pero pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan que son la misma cosa que no
puede haber tantos!
¿Genio? En este momento
cien mil cerebros se conciben en sueños genios como
yo,
y la historia no distinguirá ¿quién sabe? Ni uno solo,
ni habrá estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay dolientes locos con tantas
certezas!
Yo, que no tengo ninguna certeza ¿soy más cierto o
menos cierto?
No, ni en mí…
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
no estarán a esta hora los que se creen genios, soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas –
sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas -,
y quién sabe si realizables,
nunca verán la luz del sol real ni hallarán los oídos de
la gente?
El mundo es para quien nace para conquistar
y no para quien sueña que puede conquistar, aunque
tenga razón.
He soñado más que lo que Napoleón hizo.
He apretado en el pecho hipotético más humanidades
que Cristo,
He elaborado filosofías en secreto que ningún Kant
escribió.
Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la buhardilla,
aunque no viva en ella;
seré siempre el que no nació para eso;
seré siempre solo el que tenía cualidades;
seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta
al pie de una pared sin puerta
y cantó l a copla del Infinito en un gallinero,
y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derrámeme la naturaleza sobre la cabeza ardiente
su sol, su lluvia, el viento que me enreda el cabello,
y el resto que venga si viene, o tuviese que venir, o no
venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos todo el mundo antes de levantarnos de la
cama;
pero despertamos y él es opaco,
nos levantamos y él es ajeno,
salimos de casa y él es la tierra entera
mas el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(¡Come chocolates, pequeña
Come chocolates!
Mira que no hay más metafísica en el mundo, sino cho-
colates,
mira que las religiones todas no enseñan más que
la confitería.
¡Come, pequeña, sucia, come!
¡Si pudiera yo comer chocolates con la misma verdad con
que los comes!
Pero yo pienso, y al sacar el papel de plata, que es de
hojas de estaño,
tiro todo al suelo, como he tirado la vida.)

Pero, al menos, queda la amargura de que nunca seré
la caligrafía rápida de estos versos,
pórtico abierto hacia lo Imposible.
Pero, al menos, me consagro a mí mismo un desprecio
sin lágrimas,
noble al menos en el gesto amplio con que tiro
la ropa sucia que soy, sin rol, al decurso de las cosas,
y me quedo en casa sin camisa.

(¡Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
o diosa griega , concebida como estatua que fuese viva,
o patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
o princesa de trovadores, gentilísima y colorida,
o marquesa del siglo dieciocho, escotada y lejana
o cocote célebre del tiempo de nuestros padres,
o no se qué moderno – no concibo bien qué -,
todo eso, sea lo que fuere, que seas, si puede inspirar
que inspire!
Mi corazón es un cubo vaciado.
Como los que invocan espíritus, me invoco
a mí mismo y no encuentro nada.
Me acerco a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.
Veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pa-
san,
veo los entes vivos vestidos que se cruzan,
veo los perros que también existen
y todo esto me pesa como una condena al destierro,
y todo esto es extranjero, como todo.)
Viví, estudié, amé y hasta creí,
y hoy no hay mendigo que yo no envidie por no
ser yo.
Miro a cada uno los andrajos, las llagas y la mentira,
y pienso: tal vez nunca vivieses, ni estudiases ni ama-
ses ni creyeses.
(Porque es posible hacer la realidad de todo eso sin
hacer nada de eso);
tal vez hayas existido solo, como un lagarto al que
le cortan el rabo
y qué es un rabo para este lado del lagarto, confusamente.

Hice de mí lo que no supe,
y lo que podía hacer de mí no lo hice.
El Dominó que vestí estaba equivocado.
Me conocieron, por lo tanto, por quien no era y no lo desmentí,
y me perdí.
Cuado me quise sacar la máscara,
estaba pegada a la cara.
Cuando la saqué y me vi en el espejo,
ya había envejecido.
Estaba ebrio, ya no sabía llevar puesto el dominó que no
me había sacado.
Arrojé la máscara y dormí en el vestuario
como un perro tolerado por la gerencia
por ser inofensivo
y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
ojalá te encontrara como una cosa que yo hiciese,
y no me quedara siempre enfrentado a la Tabaquería de enfrente
pisoteando la conciencia de estar existiendo,
como una alfombra con que un borracho tropieza
o un felpudo que los gitanos robaron y no valía
nada.
Pero el dueño de la Tabaquería llegó a la puerta y se quedó
en la puerta.
Lo miro con la incomodidad de la cabeza mal vuelta
y con la incomodidad del alma mal entendiendo.
El morirá y yo moriré.
El dejará el letrero, y yo dejaré versos…
En cierto momento morirá el letrero también, y los versos
también.
Después, en cierto momento morirá la calle donde estuvo el le-
trero,
y la lengua en que fueron escritos los versos.
Morirá después el planeta gigante en que todo esto se
dio.
En otros satélites de otros sistemas cualquier cosa
como gente
continuará haciendo cosas como versos y viviendo debajo
de cosas como letreros,
siempre una cosa enfrente de otra,
siempre una cosa tan inútil como la otra,
siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
siempre el misterio del fondo tan cierto como el sueño
del misterio de la superficie,
siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa
ni la otra.

Pero un hombre entró en la Tabaquería (¿para comprar
Tabaco?),
y la realidad plausible cayó de repente encima de mí.
Me incorporo enérgico, convencido, humano,
y voy a intentar escribir estos versos en que digo lo
contrario.
Enciendo un cigarro mientras pienso en escribirlos
y saboreo en el cigarro la liberación de todos los pensa-
mientos,
sigo al humo como una ruta propia,
y gozo, en un momento sensitivo y competente,
la liberación de todas las especulaciones
y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia
de estar mal dispuesto.

Después me echo hacia atrás en la silla
y continúo fumando.
Mientras el destino me lo conceda, continuaré fumando.

(Si me casase con la hija de mi lavandera
tal vez sería feliz.)
En vista de esto, me levanto de la silla. Voy hacia la ventana.

El hombre salió de la Tabaquería (¿metiendo el vuelto en el
bolsillo de los pantalones?).
Ah, lo conozco; es Esteves sin metafísica.
(El dueño de la Tabaquería llegó a la puerta.)
Como por un instinto divino, Esteves se volvió y
me vio.
Me hizo un gesto de adiós. Le grité, ¡Adiós, Esteves! Y el uni-
verso
se reconstruyó en mí sin ideal ni esperanza, y el dueño
de la Tabaquería sonrió.

Versión: M. C. Arostegui
Fuente del texto en portugués: Pessoa –Poesía completa- Tomo II. Edición Libros de Río Nuevo, Barcelona, 1983.





El fado y el alma portuguesa

Toda poesía - y la canción es una poesía ayudada - refleja lo que el alma no tiene. Por eso la canción de los pueblos tristes es alegre y la canción de los pueblos alegres es triste.
El fado, sin embargo, no es alegre ni triste. Es un episodio de intervalo. Lo formuló el alma portuguesa cuando no existía y lo deseaba todo sin tener fuerza para desearlo.
Las almas fuertes lo atribuyen todo al Destino; solo las débiles confían en la voluntad propia, porque ésta no existe.
El fado es el cansancio del alma fuerte, la mirada de desprecio de Portugal al Dios en que creyó y también le abandonó.
En el fado los Dioses regresan legítimos y lejanos. Es ése el segundo sentido de la figura del rey Don Sebastián.

Fuente: Pessoa, Fernando: El regreso de los dioses, Ed. Seix Barral, Barcelona, 1986