INNUMERABLES ROSTROS DE LA POESÍA

Alfons Mucha, La poesía, 1898.
Palabras introductorias

Poesía=Poiesis(creación).

Muchos son los rostros con que se manifiesta. Muchas y muy hondas las motivaciones que impulsan la génesis de esta labor creadora.
Si bien, en un principio, el término abarcaba también a la épica, de la que  surgió la narrativa, en esta página nos referiremos  exclusivamente a la poesía lírica, esa otra  derivación genérica  del material de los antiguos rapsodas.
La poesía  así entendida encuentra en  la riqueza polisémica de sus imágenes y en  el poder  transformador y renovador propio del lenguaje, su capacidad de sugestión y encantamiento. Cada poeta tiene sus designios, íntimos y absolutamente personales. Cada época marca un ritmo,  un tono o un posible abordaje.  El aire de época puede constituir un marco de influencia,  o, por el contrario, un  blanco de cuestionamiento. Pero en todos los casos, la intención de poetizar implica siempre un quiebre, una ruptura. Con el uso frecuente y desgastado de la palabra, con su función referencial, con la cristalización conceptual, con la tradición simbólica heredada.
En la medida que el poeta   logre emancipar su expresión de  estas ataduras, su voz se tornará más original y  potente.  Su palabra  abrirá una honda herida en el  cuerpo de la lógica. Entablando   un diálogo con los abismos, se convertirá   en la   encendida llama que brilla  entre las piedras que, día a día, recoge Sísifo, en   la luz prodigiosa que alumbra al universo. El poema devendrá en   un océano con sus corrientes subacuáticas, un cielo inesperado, un ocaso encendido de ritmos tribales.
Forma de creación que, partiendo de la más extrema  subjetividad, confraterniza con el dolor ajeno, con el centro neurálgico de la emoción universal. Semántica de la oblicuidad, del misterio  que encierra la vida y la muerte. Interrogante infinito que escarba con sus signos   el terreno  donde se labra la revelación.
Quien escribe poesía y quien la lee, quien sale a su paso o quien es interceptado por su fulgor no permanece indemne. Y es muy posible  que uno y otro se encuentren en algún punto de  esa urdimbre.  Atraídos por el imán  que desde cada hendija de su sonoridad y su silencio magnetiza al deseo.
Los poemas que aquí se transcriben pertenecen al período que abarca fines del siglo XIX y siglo XX. Período muy rico en la  exploración de técnicas y en la búsqueda de formas  y contenidos innovadores y en, algunos casos, cargados de una alta  dosis de rebeldía e inconformismo.

Rainer María Rilke, en sus Cartas a un joven poeta escribió:

Me pregunta usted si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí. Antes se lo ha preguntado a otros. Los envía a las revistas. Los compara con otras poesías, y se inquieta cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos. Ahora (ya que usted me ha permitido aconsejarle) ruégole que abandone todo eso. Usted mira a lo exterior, y esto es, precisamente lo que no debe hacer ahora. Nadie le puede aconsejar ni ayudar; nadie. Solamente hay un medio: vuelva usted sobre sí. Investigue la causa que le impele a escribir; examine si ella extiende sus raíces en lo más profundo de su corazón. Confiese si no le sería preciso morir en el supuesto de que escribir le estuviera vedado. Esto ante todo: pregúntese en la hora más serena de su noche: “¿debo escribir?” Ahonde en sí mismo hacia una profunda respuesta; y si resulta afirmativa, si puede afrontar tan seria pregunta  con un fuerte y sencillo “debo”, construya entonces su vida según esta necesidad; su vida tiene que ser, hasta en su hora más indiferente e insignificante, un signo y testimonio de ese impulso.
(…)
Para los creadores no hay pobreza ni lugar pobre, indiferente. Y aun cuando usted estuviese en una prisión cuyas paredes no dejasen llegar hasta sus sentidos ninguno de los rumores del mundo, ¿no le quedaría siempre su infancia, esa riqueza preciosa, imperial, esa arca de los recuerdos? Vuelva usted a ella su atención. Procure hacer emerger las hundidas sensaciones de aquel vasto pasado: su personalidad se afirmará, su soledad se agrandará y convertirá en un retiro crepuscular  ante el cual pase, lejano, el estrépito de los otros. Y si de esta vuelta a lo interior, si de este descenso al mundo propio surgen versos, no pensará en preguntar a nadie si sus versos son buenos. Tampoco tratará de que las revistas se interesen por tales trabajos, pues verá en ellos su preciada  posesión natural, un trozo y una voz de su vida. Una obra de arte es buena cuando ha sido creada necesariamente.

Rainer María Rilke (República Checa, 1875-1926).

Fuente: Rilke, Rainer María, Cartas a un joven poeta, Buenos Aires, Ediciones Siglo Veinte, 1974.

Tres versiones de Poética


ARTE POÉTICA

Que el verso sea como una llave
Que abra mil puertas.
Una hoja cae; algo pasa volando;
Cuanto miren los ojos creado sea,
Y el alma del oyente quede temblando.
Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;
El adjetivo cuando no da vida, mata.
Estamos en el ciclo de los nervios.
El músculo cuelga,
Como recuerdo en los museos;
Mas no por eso tenemos menos fuerza:
El vigor verdadero
Reside en la cabeza.
Por qué cantáis la rosa, ¡oh, Poetas!
Hacedla florecer en el poema;
Solo para nosotros
Viven todas las cosas bajo el Sol.
El poeta es un pequeño Dios.

Vicente Huidobro (Chile, 1893-1948).

POÉTICA

La poesía no nace.
Está allí, al alcance
De toda boca
Para ser doblada, repetida, citada
Total y textualmente.
Usted, al despertarse esta mañana,
Vio cosas aquí y allá,
Objetos, por ejemplo.
Sobre su mesa de luz
Digamos que vio una lámpara,
Una radio portátil
Una taza azul.
Vio cada cosa solitaria
Y vio su conjunto.
Todo eso ya tenía nombre.
Lo hubiera escrito así.
¿Necesita otro lenguaje,
Otra mano, otro par de ojos, otra flauta?
No agregue. No distorsione.
No cambie
La música de lugar.
Poesía
Es la que se está viendo.

Joaquín Giannuzzi (Argentina, 1924-2004).

LA POESÍA

La poesía debe ser hecha por todos –Lautremont.


Todos juntos estamos haciendo la poesía
De cada árbol plantado en una calle
De cada pared que se levanta para proteger
El sueño de un paria
De cada gota de sudor de un campesino
Que mira con sus ojos de lágrimas oscuras
La tierra que tanto lo vio sufrir
De cada nueva victoria
Está naciendo la poesía
Ancha encendida fértil
Con voz de tierra que se raja
Y de arado que raja la tierra
Y de hombre que lleva el arado cantando bajo el sol
La poesía
Hecha por todos
En el río en el taller
En la casa en la montaña
En el filo del machete
En los ojos del niño que aprende a leer
En mis manos que aprenden a escribir
En el corazón de todos los que están aprendiendo
Que se puede vivir sin sufrir.

Fayad Jamís (México, 1930-1988).

Fuentes:
Grandes poetas de Hispanoamérica, Madrid, Salvat Editores, 1973.
Joaquín Giannuzzi, Antología poética, Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes, 1998.                          
 Poesía Social Cubana, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1985.



Poetas


EL ALBATROS

Por divertirse, suelen cazar los marineros
A los albatros, vastas aves de las alturas
Que siguen, indolentes, por rumbos traicioneros
Al barco que se adentra en las aguas oscuras.

Y no bien en cubierta estos reyes supremos
De lo azul quedan sueltos, otrora tan airosos
Arrastran tras de sí, como inútiles remos,
Sus grandes alas blancas, torpes y vergonzosos.

Esta criatura alada, ¡cuánto sufre y se apoca!
Antes tan esplendente, ¡qué ridícula y fea!
Uno acerca su pipa al pico y la sofoca,
¡Otro para imitar al enfermo, cojea!

El poeta, como este príncipe de las cumbres,
Puede habitar tormentas y al arquero burlar.
Exiliado en la tierra, entre las muchedumbres,
Sus alas de gigante le impiden caminar.

Charles Baudelaire (Francia, 1821-1867).

POETA NEGRO

Poeta negro, un seno de doncella
Te obsesiona
Poeta amargo, la vida bulle
Y la ciudad arde,
Y el cielo se resuelve en lluvia,
Y tu pluma araña el corazón de la vida.

Selva, selva, hormiguean ojos
En los pináculos multiplicados;
Cabellera de tormenta, los poetas
Montan sobre caballos, perros.

Los ojos se enfurecen, las lenguas giran
El cielo afluye a las narices
Como azul noche nutricia;
Estoy pendiente de vuestras bocas
Mujeres, duros corazones de vinagre.

Antonin Artaud (Francia, 1896-1948).

POETAS

Las tristezas de los iletrados en las tinieblas de las botellas
La inquietud imperceptible de los carreteros
Las monedas en el vaso profundo

En las barquillas del yunque
Vive el poeta solitario
Gran carretilla de los pantanos

René Char (Francia, 1907-1988).

Fuentes:
Poesía francesa del siglo XIX, Buenos Aires, CEDAL, 1989. Traducción:  Raúl Gustavo Aguirre.
La revuelta surrealista, Buenos Aires, Ediciones Libros del Quirquincho, 1990.


Toma de posición


EN MI OFICIO O ARTE ARISCO

En mi oficio o arte arisco
Ejercido en la noche tranquila
Cuando solo la luna brama
Y los amantes están acostados
Con todas las penas en sus brazos,
Yo labro con luz canora
No por ambición o pan
Ni por el pregón o la venta de talismanes
En los escenarios de marfil
Sino por la paga corriente
Del corazón más secreto.

Yo no escribo para el orgulloso aparte
De la luna que está bramando
En estas páginas de rocío marino
Ni para los muertos imponentes
Con sus ruiseñores y salmos
Sino para los amantes, cuyos brazos
Rodean las penas de todos los tiempos,
Quienes no me pagan con alabanzas
Ni prestan atención a mi oficio o arte.

Dylan Thomas (Inglaterra, 1914-1953).

EL ÚLTIMO POEMA

Así querría yo mi último poema

Que fuese tierno diciendo las cosas más simples y menos intencionales
Que fuese ardiente como un sollozo sin lágrimas
Que tuviese la belleza de las flores casi sin perfume
La pureza de la llama en que se consumen los diamantes más límpidos
La pasión de los suicidas que se matan sin explicación.

Manuel Bandeira (Brasil, 1886-1930).

LA RECETA

(Las reglas muy simples:
Son nada más que siete).
1. Se toman los clásicos,
Se hace  un rollo
Y se los pasa por la máquina de picar.
2. Lo que salió hay que pasar por un tamiz.
3. Luego sacarlo al aire libre, para ventilar.
(Cuidado, para que las moscas no ensucien
Las “imágenes”).
4. Lo secado se revuelve apenas
(para que algunas letras no se endurezcan)
5. Se seca (para que no se eternice) entero,
Y se pasa a un aparato:
El simple pimentero.
6. Luego
Se pone debajo del aparato el papel pegajoso
(para cazar las moscas).
7. Ahora, simplemente,
Mueva la manija,
¡y mire para que las rimas no se acumulen!
(para que el “dolor” y el “amor”,
La “mía” y el “día”
Sigan ordenadamente
Una por media).

Saca el resultado, y…
Listo para ser usado;
Para leer,
Para recitar,
Para cantar.

Y para curar a los poetas de la melancólica
Desocupación,
Para que no tengan ganas de manchar el
Papel,
Con el buenísimo Anatoli Vasilievich cortar
Toda relación,
Y pasarlos
Al camarada Semashko para que traten  con
Él.

Nota: Anatoli Vasilievich, Comisario de la Educación. Nicolai Semashko, Comisario de la Salud.

Vladimir Maiakovski (Rusia, 1893-1930).

POESIA

A mí también me disgusta: hay cosas que son importantes
Más allá de todo este desatino.
Empero, leyéndola con perfecto desprecio, uno
Descubre en ella
Después de todo, un lugar para lo que es genuino.
Manos que pueden agarrar, ojos
Que pueden dilatarse, cabellos que pueden erizarse
Si fuera necesario, estas cosas son importantes no porque
Pueda dárseles una interpretación altisonante sino porque
Son
Útiles. Cuando ellas se vuelven derivativas hasta hacerse
Ininteligibles,
Puede decirse lo mismo de todos nosotros
Que no admiramos lo que
No podemos entender: el murciélago
Sosteniéndose patas arriba o en busca de algo
Para
Comer, elefantes que empujan, un caballo salvaje
Dando un rodeo, un incansable
Lobo debajo
De un árbol, el impasible crítico crispando su piel como un
Caballo que siente una pulga, el aficionado
Al béisbol, el estadístico;
Tampoco es válido
Tener prejuicios contra los documentos comerciales y
Los textos escolares: todos estos fenómenos son importantes. Sin embargo
Uno debe hacer una distinción:
Cuando poetas a medias los arrastran para destacarlos,
El resultado no es poesía
Ni la tendremos
Hasta que nuestros poetas puedan ser
“positivistas de
La imaginación”, por encima
De la insolencia y la trivialidad y puedan presentar
Para ser inspeccionados, jardines imaginarios con sapos reales.
Entretanto, si por una parte exiges
La materia prima de la poesía en
Toda su crudeza y
Por otra lo que es genuino,
Es que te interesa la poesía.

Marianne Moore (EEUU, 1887-1972).

LOS CANTOS DE MALDOROR
Canto primero (fragmento)

Hay quienes escriben para lograr los aplausos humanos mediante nobles cualidades del corazón que la fantasía inventa o que ellos pueden tener. Pero yo hago servir mi genio para representar las delicias de la crueldad. Delicias ni efímeras ni artificiales, sino que, nacidas con el hombre, terminarán cuando él termine. ¿No puede el genio aliarse con la crueldad en los secretos designios de la Providencia?, ¿acaso el hecho de ser cruel lo priva a uno de genio? Se verá la confirmación de ello en mis palabras; en vosotros está el escucharme, si os place…Perdón, me pareció que se me erizan los cabellos, pero no es nada, pues con mi mano he vuelto a colocarlos fácilmente en su anterior posición. Aquel que canta no pretende que sus cavatinas sean una cosa desconocida; todo lo contrario, se precia de que los pensamientos altaneros y perversos de su héroe estén en todos los hombres.

POESÍAS (fragmento)

El plagio es necesario. Está implícito en el progreso. Sigue de cerca la frase de un autor, se sirve de sus expresiones, borra una idea falsa, la reemplaza por una idea justa.

Lautremont – Isidore Ducasse (Uruguay, 1846-1870).


Atahualpa Yupanqui (Argentina, 1908-1992).

Fuentes:
Poesía Inglesa Coantemporánea, Buenos Aires, Ediciones Librerías Fausto, 1974. Traducción: E.L.Revol.
Bandeira, Manuel, Mi gran ternura y otros poemas, Buenos Aires, CEDAL, 1987. Traducción: Rodolfo Alonso.
Maiakovski, Vladimir, Sobre los poetas y otros poemas, Buenos Aires, CEDAL, 1988. Traducción: Irina Bogdachevski.
Poesía Norteamaericana del siglo XX, Buenos Aires, CEDAL, 1970.Versión: A. Girri y W. Shand.
Conde de Lautremont, Obras Completas, Barcelona, Editorial El argonauta, 1986. Traducción: Aldo Pellegrini.

Diseño, color y sonido


Claro de luna es una de las cuatro piezas que  integran la Suite Bergamasque compuesta por Claude Debussy en 1890. Esta composición toma su nombre de la Commedia dell’ Arte de Bérgamo.  La pieza Claro de luna está inspirada en un poema homónimo  que abre el libro Las fiestas galantes de Paul Verlaine:

Vuestra alma es igual que un paisaje escogido
Que encantan bergamascos y máscaras fugaces,
Tocando su laúd y un poco entristecidos,
Danzando bajo de fantásticos disfraces.

Cantando sin cesar en un tono menor
El triunfador amor  y la vida oportuna,
Parecen no creer en su felicidad,
Uniendo sus canciones al claro de la luna

Al claro de la luna, entristecido y bello,
Que hace cantar los pájaros entre los verdes árboles
Y sollozar estáticos los bellos surtidores,
Los altos surtidores, entre los blancos mármoles.

Paul Verlaine (Francia, 1844-1896).


ALQUIMIA DEL VERSO

Mía. La historia de uno de mis desvaríos.

Desde mucho tiempo atrás me jactaba de poseer todos los paisajes posibles, y me parecían irrisorias las celebridades de la pintura y de la poesía moderna.
Me gustaban las pinturas idiotas, los capiteles, las decoraciones, las lonas de los saltimbanquis, los rótulos , las estampas populares, la literatura pasada de moda, el latín eclesiástico, los libros eróticos sin ortografía, las novelas de nuestras abuelas, los cuentos de hadas, los libritos infantiles, las óperas antiguas, los refranes tontos, los ritmos ingenuos.
Soñaba con cruzadas, con viajes de descubrimiento de los que no existe relación, repúblicas sin historia, guerras de religión sofocadas, revoluciones de costumbres, desplazamientos de razas y de continentes: creía en todos los encantamientos.
¡Inventé el color de las vocales! – A negra, E blanca, I roja, O azul, U verde. Ordené la forma y el movimiento de cada consonante y me jactaba de haber inventado, mediante ritmos instintivos, un verbo poético accesible, un día y otro, a todos los sentidos. Me reservaba su traducción.
Fue antes que nada un estudio. Escribía silencios, noches, anotaba lo inexplicable. Fijaba vértigos.

Arthur Rimbaud (Francia, 1854-1891).

Caligrama


Guillaume Apollinaire (Italia, 1880-París, 1918).

Fuentes:
Verlaine, Paul, Antología poética, Barcelona, Editorial Bruguera, 1969. Traducción: Luis Guarner.
Rimbaud, Arthur, Una temporada en el infierno, Buenos Aires, CEDAL, 1969. Traducción: Raúl Gustavo Aguirre.
Apollinaire, Guillaume, La linda pelirroja y otros poemas, Buenos Aires, CEDAL, 1987. Traducción: Rodolfo Alonso.


Teoría y práctica


Puesto que imitar es connatural al hombre, así como también ejercitarse en la armonía y en el ritmo (pues resulta evidente que la regularidad métrica es una forma de ritmo), quienes en un principio se destacaron en tales prácticas –al progresar en ellas- engendraron la poesía, a partir de sus improvisaciones.

Aristóteles, Poética

La poesía puede tener una función social consciente, deliberada. En las formas más primitivas este propósito suele estar muy claro. Están, por ejemplo, las runas y cánticos tempranos, algunos de los cuales tenían propósitos mágicos muy prácticos: evitar el mal de ojo, curar cierta enfermedad o propiciar cierto demonio. La poesía se utiliza muy pronto en los rituales religiosos, y  cuando cantamos un himno aún estamos usándola para un propósito social concreto.
(…)
Podemos decir que solo indirectamente el deber del poeta, como poeta, es para con su pueblo; su deber directo es para con su lengua: consiste primero en preservarla, y segundo en extenderla y mejorarla. Al expresar lo que sienten otros también cambia el sentimiento, porque lo vuelve más consciente; permite que las personas se apropien de lo que sentían, y por lo tanto les enseña algo sobre sí mismas. Pero no es que solo sea más consciente que los demás; también es individualmente distinto, de la gente y de otros poetas, y puede dar a sus lectores la posibilidad de compartir sentimientos que no hayan experimentado nunca.

T. S. Eliot, Sobre poesía y poetas

La creación poética se inicia como violencia sobre el lenguaje. El primer acto de esa operación consiste en el desarraigo de las palabras. El poeta las arranca de sus conexiones y menesteres habituales: separados del mundo informe del habla, los vocablos se vuelven únicos, como si acabasen de nacer. El segundo acto es el regreso de la palabra: el poema se convierte en objeto de participación. Dos fuerzas antagónicas habitan el poema: una de elevación o desarraigo, que arranca a la palabra del lenguaje; otra de gravedad, que la hace volver. (…) Poeta y lector son dos momentos de una misma realidad. Alternándose de una manera que no es inexacto llamar cíclica, su rotación engendra la chispa: la poesía.
(…)
Aunque el poema no es hechizo ni conjuro, a la manera de ensalmos y sortilegios el poeta despierta las fuerzas secretas del idioma. El poeta encanta al lenguaje  por medio del ritmo. Una imagen suscita a otra. Así, la función predominante del ritmo distingue al poema de todas las otras formas literarias. El poema es un conjunto de frases, un orden verbal, fundado en el ritmo.
(…)
La experiencia poética es irreductible a la palabra y, no obstante solo la palabra la expresa. La imagen reconcilia a los contrarios, mas esa reconciliación no puede ser explicada por las palabras –excepto por las de la imagen, que han cesado ya de serlo. Así, la imagen es un recurso desesperado contra el silencio que nos invade cada vez que intentamos expresar la terrible experiencia de lo que nos rodea y de nosotros mismos. El poema es lenguaje en tensión: en extremo de ser y en ser hasta el extremo. Extremos de la palabra y palabras extremas, vueltas sobre sus propias entrañas, mostrando el reverso del habla: el silencio y la no significación.

Octavio Paz, El arco y la lira




Estatua de Fernando Pessoa en la puerta del café A Brasileira, lugar de reunión de artistas e intelectuales. Barrio de Chiado.

FERNANDO PESSOA: UN POETA, MUCHOS POETAS

Fernando Antonio Nogueira Pessoa (Lisboa,1888-Lisboa, 1935) empleó en su escritura el recurso de la heteronimia, que aunque no es exclusivo de él, en su caso, sostiene el drama-em-gente: un poeta dramático que escribe poesía lírica y es, a la vez, varios poetas.
Al referirse al aspecto ético del sensacionismo, tendencia dentro de la cual ubica a su obra, Pessoa nos aporta la siguiente causalidad del fenómeno:
Habiéndome acostumbrado a no tener creencias n i opiniones, no fuese a debilitarse mi sentimiento estético, en breve terminé por no tener ninguna personalidad, excepto una personalidad expresiva; me transformé en una máquina apta para expresar estados de espíritu tan intensos que se convirtieron en personalidades e hicieron de mi propia alma la mera cáscara de su apariencia causal.
(El regreso de los dioses, pg. 248).
Si nos extendemos un poco más allá de las motivaciones personales, podríamos decir que esta fragmentación subjetiva y la visión multifacética que la traduce, da cuenta de los profundos cambios sociales, políticos y económicos que tuvieron lugar entre fines del siglo XIX y principios del XX y, quizás, también exprese el resquebrajamiento de la tradición imperial portuguesa y su consecuente división geográfica.
TABAQUERÍA
de Fernando Pessoa (Alvaro de Campos)

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
de mi cuarto, de uno entre los millones del mundo que nin-
guno sabe quién es
( y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?)
Dais hacia el misterio de una calle cruzada constante-
mente por gente,
con una calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente
cierta,
con el misterio de las cosas por debajo de las piedras y de los
seres,
con la muerte poniendo humedad en las paredes y cabellos
blancos en los hombres,
con el Destino conduciendo la carroza de todo por el
sendero de nada.

Estoy hoy vencido, como si supiese la verdad.
Estoy hoy lúcido, como si estuviese por morir
y no tuviese más hermandad con las cosas
que una despedida, tornándose esta casa y este lado
de la calle
en la fila de vagones de un tren, y una partida
señalada
desde dentro de mi cabeza
y una sacudida de mis nervios y un crujir de
huesos en la partida.

Estoy hoy perplejo como quien pensó y encontró y ol-
vidó.
Estoy hoy dividido entre la lealtad que debo
a la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por
fuera,
y la sensación de que todo es sueño, como cosa real por
dentro.

Fallé en todo.
Como no me hice propósito alguno, tal vez todo fuese nada.
El aprendizaje que me dieron,
me bajé de él por la ventana trasera de la casa.
Fui hasta el campo con grandes propósitos.
Pero allí solo encontré hierbas y árboles,
y cuando había gente era igual a otra.
Salgo de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué he de pensar?

¿Que sé yo lo que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Seré lo que pienso? ¡Pero pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan que son la misma cosa que no
puede haber tantos!
¿Genio? En este momento
cien mil cerebros se conciben en sueños genios como
yo,
y la historia no distinguirá ¿quién sabe? Ni uno solo,
ni habrá estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay dolientes locos con tantas
certezas!
Yo, que no tengo ninguna certeza ¿soy más cierto o
menos cierto?
No, ni en mí…
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
no estarán a esta hora los que se creen genios, soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas –
sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas -,
y quién sabe si realizables,
nunca verán la luz del sol real ni hallarán los oídos de
la gente?
El mundo es para quien nace para conquistar
y no para quien sueña que puede conquistar, aunque
tenga razón.
He soñado más que lo que Napoleón hizo.
He apretado en el pecho hipotético más humanidades
que Cristo,
He elaborado filosofías en secreto que ningún Kant
escribió.
Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la buhardilla,
aunque no viva en ella;
seré siempre el que no nació para eso;
seré siempre solo el que tenía cualidades;
seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta
al pie de una pared sin puerta
y cantó l a copla del Infinito en un gallinero,
y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derrámeme la naturaleza sobre la cabeza ardiente
su sol, su lluvia, el viento que me enreda el cabello,
y el resto que venga si viene, o tuviese que venir, o no
venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos todo el mundo antes de levantarnos de la
cama;
pero despertamos y él es opaco,
nos levantamos y él es ajeno,
salimos de casa y él es la tierra entera
mas el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(¡Come chocolates, pequeña
Come chocolates!
Mira que no hay más metafísica en el mundo, sino cho-
colates,
mira que las religiones todas no enseñan más que
la confitería.
¡Come, pequeña, sucia, come!
¡Si pudiera yo comer chocolates con la misma verdad con
que los comes!
Pero yo pienso, y al sacar el papel de plata, que es de
hojas de estaño,
tiro todo al suelo, como he tirado la vida.)

Pero, al menos, queda la amargura de que nunca seré
la caligrafía rápida de estos versos,
pórtico abierto hacia lo Imposible.
Pero, al menos, me consagro a mí mismo un desprecio
sin lágrimas,
noble al menos en el gesto amplio con que tiro
la ropa sucia que soy, sin rol, al decurso de las cosas,
y me quedo en casa sin camisa.

(¡Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
o diosa griega , concebida como estatua que fuese viva,
o patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
o princesa de trovadores, gentilísima y colorida,
o marquesa del siglo dieciocho, escotada y lejana
o cocote célebre del tiempo de nuestros padres,
o no se qué moderno – no concibo bien qué -,
todo eso, sea lo que fuere, que seas, si puede inspirar
que inspire!
Mi corazón es un cubo vaciado.
Como los que invocan espíritus, me invoco
a mí mismo y no encuentro nada.
Me acerco a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.
Veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pa-
san,
veo los entes vivos vestidos que se cruzan,
veo los perros que también existen
y todo esto me pesa como una condena al destierro,
y todo esto es extranjero, como todo.)
Viví, estudié, amé y hasta creí,
y hoy no hay mendigo que yo no envidie por no
ser yo.
Miro a cada uno los andrajos, las llagas y la mentira,
y pienso: tal vez nunca vivieses, ni estudiases ni ama-
ses ni creyeses.
(Porque es posible hacer la realidad de todo eso sin
hacer nada de eso);
tal vez hayas existido solo, como un lagarto al que
le cortan el rabo
y qué es un rabo para este lado del lagarto, confusamente.

Hice de mí lo que no supe,
y lo que podía hacer de mí no lo hice.
El Dominó que vestí estaba equivocado.
Me conocieron, por lo tanto, por quien no era y no lo desmentí,
y me perdí.
Cuado me quise sacar la máscara,
estaba pegada a la cara.
Cuando la saqué y me vi en el espejo,
ya había envejecido.
Estaba ebrio, ya no sabía llevar puesto el dominó que no
me había sacado.
Arrojé la máscara y dormí en el vestuario
como un perro tolerado por la gerencia
por ser inofensivo
y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
ojalá te encontrara como una cosa que yo hiciese,
y no me quedara siempre enfrentado a la Tabaquería de enfrente
pisoteando la conciencia de estar existiendo,
como una alfombra con que un borracho tropieza
o un felpudo que los gitanos robaron y no valía
nada.
Pero el dueño de la Tabaquería llegó a la puerta y se quedó
en la puerta.
Lo miro con la incomodidad de la cabeza mal vuelta
y con la incomodidad del alma mal entendiendo.
El morirá y yo moriré.
El dejará el letrero, y yo dejaré versos…
En cierto momento morirá el letrero también, y los versos
también.
Después, en cierto momento morirá la calle donde estuvo el le-
trero,
y la lengua en que fueron escritos los versos.
Morirá después el planeta gigante en que todo esto se
dio.
En otros satélites de otros sistemas cualquier cosa
como gente
continuará haciendo cosas como versos y viviendo debajo
de cosas como letreros,
siempre una cosa enfrente de otra,
siempre una cosa tan inútil como la otra,
siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
siempre el misterio del fondo tan cierto como el sueño
del misterio de la superficie,
siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa
ni la otra.

Pero un hombre entró en la Tabaquería (¿para comprar
Tabaco?),
y la realidad plausible cayó de repente encima de mí.
Me incorporo enérgico, convencido, humano,
y voy a intentar escribir estos versos en que digo lo
contrario.
Enciendo un cigarro mientras pienso en escribirlos
y saboreo en el cigarro la liberación de todos los pensa-
mientos,
sigo al humo como una ruta propia,
y gozo, en un momento sensitivo y competente,
la liberación de todas las especulaciones
y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia
de estar mal dispuesto.

Después me echo hacia atrás en la silla
y continúo fumando.
Mientras el destino me lo conceda, continuaré fumando.

(Si me casase con la hija de mi lavandera
tal vez sería feliz.)
En vista de esto, me levanto de la silla. Voy hacia la ventana.

El hombre salió de la Tabaquería (¿metiendo el vuelto en el
bolsillo de los pantalones?).
Ah, lo conozco; es Esteves sin metafísica.
(El dueño de la Tabaquería llegó a la puerta.)
Como por un instinto divino, Esteves se volvió y
me vio.
Me hizo un gesto de adiós. Le grité, ¡Adiós, Esteves! Y el uni-
verso
se reconstruyó en mí sin ideal ni esperanza, y el dueño
de la Tabaquería sonrió.

Versión: M. C. Arostegui
Fuente del texto en portugués: Pessoa –Poesía completa- Tomo II. Edición Libros de Río Nuevo, Barcelona, 1983.





El fado y el alma portuguesa

Toda poesía - y la canción es una poesía ayudada - refleja lo que el alma no tiene. Por eso la canción de los pueblos tristes es alegre y la canción de los pueblos alegres es triste.
El fado, sin embargo, no es alegre ni triste. Es un episodio de intervalo. Lo formuló el alma portuguesa cuando no existía y lo deseaba todo sin tener fuerza para desearlo.
Las almas fuertes lo atribuyen todo al Destino; solo las débiles confían en la voluntad propia, porque ésta no existe.
El fado es el cansancio del alma fuerte, la mirada de desprecio de Portugal al Dios en que creyó y también le abandonó.
En el fado los Dioses regresan legítimos y lejanos. Es ése el segundo sentido de la figura del rey Don Sebastián.

Fuente: Pessoa, Fernando: El regreso de los dioses, Ed. Seix Barral, Barcelona, 1986