Mujer y sociedad

Grete Stern (Alemania, 1904-Argentina,1999).



Los poemas que se transcriben a continuación fueron escritos por hombres. Se trata de  una pequeña muestra de retratos femeninos que esboza  algunas variables de inserción  de la mujer en la sociedad. En algunos casos, con la delicadeza y el  respeto que corresponde a un compañero de ruta; en otros, con la crudeza que se  requiere para   denunciar circunstancias humillantes y menoscabadoras.
Me pareció oportuno que también los hombres estuvieran presentes en esta página. El mundo lo hacemos entre todos.

Ventana sobre una mujer

Esa mujer es una casa secreta.
En sus rincones, guarda voces y esconde fantasmas.
En las noches de invierno, humea.
Quien en ella entra, dicen, nunca más sale.
Yo atravieso el hondo foso que la rodea. En esa
casa seré habitado. En ella me espera el vino que me beberá.
Muy suavemente golpeo la puerta, y espero.

Eduardo Galeano (Uruguay, Montevideo, 1940.)

a mi madre (frag.)

Ahora tan solo,
en este pobre rostro en que te caes,
he visto el rostro de la niña que fuiste
y te he sentido varias veces mi madre.
Me he sentido el hijo de tus juegos
del mundo que creabas y esperabas
como un tibio regalo de cumpleaños.
Y también de los sueños que nunca confesaste
para que nadie más sufriera por ellos.

Me he sentido el hijo de tus primeros gestos de mujer,
esos que también hubieras querido ocultar y hasta ocultarte,
para abreviar en el mundo la irrealidad del asombro.

(…)
He demorado mucho,
he demorado todas las mujeres
y también todos los hombres,
he demorado el tiempo interminablemente largo
de la vida interminablemente breve,
para llegar a ser varias veces tu hijo.

Roberto Juarroz (Argentina, Cnel. Dorrego, 1925-Temperley,1995.)



Residuo de fábrica

Hoy ha tosido mucho. Van dos noches
que no puede dormir; noches fatales,
en esa oscura pieza donde pasa
sus más amargos días, sin quejarse.

El taller la enfermó, y así, vencida
en plena juventud, quizás no sabe
de una hermosa esperanza que acaricie
sus largos sufrimientos de incurable.

Abandonada siempre, son sus horas
como su enfermedad: interminables.
Solo a ratos, el padre se le acerca
cuando llega borracho, por la tarde…

Pero es para decirle lo de siempre,
el invariable insulto, el mismo ultraje:
¡le reprocha el dinero que le cuesta
y la llama haragana el miserable!

Ha tosido de nuevo. El hermanito
que a veces en la pieza se distrae
jugando, sin hablarle, se ha quedado
de pronto serio como si pensase…

Después se ha levantado, y bruscamente
se ha ido, murmurando al alejarse,
con algo de pesar y mucho de asco:
-Que la puerca, otra vez escupe sangre…

Evaristo Carriego (Argentina, Paraná, 1883-Buenos Aires, 1912.)

María

Mujer de obrero;
sucia y cansada como baraja de almacén.

Tanto lavar la copa
se humedeció tu alma.

Mujer de obrero;
esperanza cuajada en el trabajo.

Todos los días luchas contra el hambre,
todos los años tienes un hijo,
toda la vida traspirarás miseria.

En la trayectoria de la honradez,
eres el final incomprensible.

Arturo Cambours Ocampo (Argentina, Buenos Aires, 1908-1996.)

Esta bestia magnífica y clinuda (frag.)

Esta bestia magnífica y clinuda,
portentosa ramera de dos pesos,
nacida en el festón de piedra de las esquinas,
clinuda y magnífica
y cada día más bestia,
walkiria del mulataje,
sexo tatuaje,
con el ano empotrado en la nostalgia
de su tribu cafre,
¡tiene mi amor!
(…)
La amo en el nombre del hijo que no cuajó en su entraña
y en el cálido pelvis donde se hamacan
las murrias de todos los de mi casta,
vagos y atorrantes, poetas y furbantes
de esos que vienen al mundo protestando por haber nacido
y que tienen siempre la boca caliente de puteadas.

La amo en el film cortado de su angustia
puramente física
-inseguridad de techo y abrigo
y amenazas de hospital-.
La amo en la raíz de sus clinas
de bestia amansada
a patadas,
en el vaivén graciento de sus ancas
chamuscadas
por el turbio fuego de las lujurias
y de las injurias
que se purifican en el Asilo de San Miguel.
(…)
Y por eso, magnífica bestia, encelada y clinuda,
hacia quien me tira la barbarie de mi ancestralidad
de pirata y furbante, de poeta y anarquista
a fuerza de ser haragán, informal y atrabiliario,
agacho la testa y me voy al diario
a escribir contra la trata de blancas…

Nicolás Olivari (Argentina, Buenos Aires, 1900-1966.)

Rosario, dinamitera

Rosario, dinamitera,
sobre tu mano bonita
celaba la dinamita
sus atributos de fiera.
Nadie al mirarla creyera
que  había en su corazón
una desesperación
de cristales, de metralla
ansiosa de una batalla,
sedienta de una explosión.

Era tu mano derecha,
capaz de fundir leones,
la flor de las municiones
y el anhelo de la mecha.
Rosario, buena cosecha,
alta como un campanario,
sembrabas al adversario
de dinamita furiosa
y era tu mano una rosa
enfurecida, Rosario.

Buitrago ha sido testigo
de la condición de rayo
de las hazañas que callo
y de la mano que digo.
¡Bien conoció el enemigo
la mano de esta doncella
que hoy no es no  porque de ella,
que ni un solo dedo agita,
se prendó la dinamita
y la convirtió en estrella!

Rosario, dinamitera,
puedes ser varón y eres
la nata de las mujeres,
la espuma de la trinchera.
Digna como una bandera
de triunfos y resplandores,
dinamiteros pastores,
vedla agitando su aliento
y dad las bombas al viento
del alma de los traidores.

Nota: Rosario Sánchez Mora integró las milicias que combatieron contra las fuerzas franquistas en la Guerra Civil Española.

Miguel Hernández (España, Orihuela, 1910-Alicante, 1942.)

Acaso te llamaras solamente María

Nunca sabré tu nombre mujer alta y morena
(y aquí pongo esta metáfora para ubicarte amorosamente:
mariposa opaca y luminosa
con traje marinero)
pero justo en el momento en que te había reconocido
en una vidriera de la calle Florida
y ya pensaba invitarte a tomar el té  en el Richmond
y a viajar en un jet 707 hacia las islas Azores,
una mano de hombre asomó entre tus piernas
y
levantándote con facilidad de viento
se llevó el maniquí
ante los ojos de mi asombro provinciano.

Alfredo Veiravé (Argentina, Gualeguay, 1928-Resistencia, 1991.)





Juan Gelman (Argentina-Bs.As., 1930)   

Nota: Daniela Rocca (Italia, 1937-1994). Actriz y modelo. Actuó en los films: Giudita e Holoferne (Cerchio) y Divorcio a la italiana (Germi). Después de algunos años de éxito, su  participación en el cine  disminuyó. Padeció   trastornos psiquiátricos. Escribió narrativa y poesía.

Fuentes:
Galeano, Eduardo, Mujeres, Madrid, Alianza Editorial, 1995.
Walsh, María Elena (selección), A la madre, Bs.As. Ed. Colihue, 2001.
Carriego, Evaristo, ¡De todo te olvidas! (selección de Pedro Orgambide), Bs.As., Ameghino Editora, 1999.
Giordano, Carlos (selección), Los poetas sociales, Bs. As., CEAL, 1968.
Olivari, Nicolás, El gato escaldado, Bs. As., CEAL.
Hernández, Miguel, El rayo que no cesa, Bs. As. Ed. Losada, 1979.
Veiravé, Alfredo, Radar en la tormenta, Bs. As., Ed. Sudamericana, 1985.
Gelman, Juan, Antología personal, Bs. As., Ed. del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, 1993.


Estatua de Fernando Pessoa en la puerta del café A Brasileira, lugar de reunión de artistas e intelectuales. Barrio de Chiado.

FERNANDO PESSOA: UN POETA, MUCHOS POETAS

Fernando Antonio Nogueira Pessoa (Lisboa,1888-Lisboa, 1935) empleó en su escritura el recurso de la heteronimia, que aunque no es exclusivo de él, en su caso, sostiene el drama-em-gente: un poeta dramático que escribe poesía lírica y es, a la vez, varios poetas.
Al referirse al aspecto ético del sensacionismo, tendencia dentro de la cual ubica a su obra, Pessoa nos aporta la siguiente causalidad del fenómeno:
Habiéndome acostumbrado a no tener creencias n i opiniones, no fuese a debilitarse mi sentimiento estético, en breve terminé por no tener ninguna personalidad, excepto una personalidad expresiva; me transformé en una máquina apta para expresar estados de espíritu tan intensos que se convirtieron en personalidades e hicieron de mi propia alma la mera cáscara de su apariencia causal.
(El regreso de los dioses, pg. 248).
Si nos extendemos un poco más allá de las motivaciones personales, podríamos decir que esta fragmentación subjetiva y la visión multifacética que la traduce, da cuenta de los profundos cambios sociales, políticos y económicos que tuvieron lugar entre fines del siglo XIX y principios del XX y, quizás, también exprese el resquebrajamiento de la tradición imperial portuguesa y su consecuente división geográfica.
TABAQUERÍA
de Fernando Pessoa (Alvaro de Campos)

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
de mi cuarto, de uno entre los millones del mundo que nin-
guno sabe quién es
( y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?)
Dais hacia el misterio de una calle cruzada constante-
mente por gente,
con una calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente
cierta,
con el misterio de las cosas por debajo de las piedras y de los
seres,
con la muerte poniendo humedad en las paredes y cabellos
blancos en los hombres,
con el Destino conduciendo la carroza de todo por el
sendero de nada.

Estoy hoy vencido, como si supiese la verdad.
Estoy hoy lúcido, como si estuviese por morir
y no tuviese más hermandad con las cosas
que una despedida, tornándose esta casa y este lado
de la calle
en la fila de vagones de un tren, y una partida
señalada
desde dentro de mi cabeza
y una sacudida de mis nervios y un crujir de
huesos en la partida.

Estoy hoy perplejo como quien pensó y encontró y ol-
vidó.
Estoy hoy dividido entre la lealtad que debo
a la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por
fuera,
y la sensación de que todo es sueño, como cosa real por
dentro.

Fallé en todo.
Como no me hice propósito alguno, tal vez todo fuese nada.
El aprendizaje que me dieron,
me bajé de él por la ventana trasera de la casa.
Fui hasta el campo con grandes propósitos.
Pero allí solo encontré hierbas y árboles,
y cuando había gente era igual a otra.
Salgo de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué he de pensar?

¿Que sé yo lo que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Seré lo que pienso? ¡Pero pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan que son la misma cosa que no
puede haber tantos!
¿Genio? En este momento
cien mil cerebros se conciben en sueños genios como
yo,
y la historia no distinguirá ¿quién sabe? Ni uno solo,
ni habrá estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay dolientes locos con tantas
certezas!
Yo, que no tengo ninguna certeza ¿soy más cierto o
menos cierto?
No, ni en mí…
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
no estarán a esta hora los que se creen genios, soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas –
sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas -,
y quién sabe si realizables,
nunca verán la luz del sol real ni hallarán los oídos de
la gente?
El mundo es para quien nace para conquistar
y no para quien sueña que puede conquistar, aunque
tenga razón.
He soñado más que lo que Napoleón hizo.
He apretado en el pecho hipotético más humanidades
que Cristo,
He elaborado filosofías en secreto que ningún Kant
escribió.
Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la buhardilla,
aunque no viva en ella;
seré siempre el que no nació para eso;
seré siempre solo el que tenía cualidades;
seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta
al pie de una pared sin puerta
y cantó l a copla del Infinito en un gallinero,
y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derrámeme la naturaleza sobre la cabeza ardiente
su sol, su lluvia, el viento que me enreda el cabello,
y el resto que venga si viene, o tuviese que venir, o no
venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos todo el mundo antes de levantarnos de la
cama;
pero despertamos y él es opaco,
nos levantamos y él es ajeno,
salimos de casa y él es la tierra entera
mas el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(¡Come chocolates, pequeña
Come chocolates!
Mira que no hay más metafísica en el mundo, sino cho-
colates,
mira que las religiones todas no enseñan más que
la confitería.
¡Come, pequeña, sucia, come!
¡Si pudiera yo comer chocolates con la misma verdad con
que los comes!
Pero yo pienso, y al sacar el papel de plata, que es de
hojas de estaño,
tiro todo al suelo, como he tirado la vida.)

Pero, al menos, queda la amargura de que nunca seré
la caligrafía rápida de estos versos,
pórtico abierto hacia lo Imposible.
Pero, al menos, me consagro a mí mismo un desprecio
sin lágrimas,
noble al menos en el gesto amplio con que tiro
la ropa sucia que soy, sin rol, al decurso de las cosas,
y me quedo en casa sin camisa.

(¡Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
o diosa griega , concebida como estatua que fuese viva,
o patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
o princesa de trovadores, gentilísima y colorida,
o marquesa del siglo dieciocho, escotada y lejana
o cocote célebre del tiempo de nuestros padres,
o no se qué moderno – no concibo bien qué -,
todo eso, sea lo que fuere, que seas, si puede inspirar
que inspire!
Mi corazón es un cubo vaciado.
Como los que invocan espíritus, me invoco
a mí mismo y no encuentro nada.
Me acerco a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.
Veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pa-
san,
veo los entes vivos vestidos que se cruzan,
veo los perros que también existen
y todo esto me pesa como una condena al destierro,
y todo esto es extranjero, como todo.)
Viví, estudié, amé y hasta creí,
y hoy no hay mendigo que yo no envidie por no
ser yo.
Miro a cada uno los andrajos, las llagas y la mentira,
y pienso: tal vez nunca vivieses, ni estudiases ni ama-
ses ni creyeses.
(Porque es posible hacer la realidad de todo eso sin
hacer nada de eso);
tal vez hayas existido solo, como un lagarto al que
le cortan el rabo
y qué es un rabo para este lado del lagarto, confusamente.

Hice de mí lo que no supe,
y lo que podía hacer de mí no lo hice.
El Dominó que vestí estaba equivocado.
Me conocieron, por lo tanto, por quien no era y no lo desmentí,
y me perdí.
Cuado me quise sacar la máscara,
estaba pegada a la cara.
Cuando la saqué y me vi en el espejo,
ya había envejecido.
Estaba ebrio, ya no sabía llevar puesto el dominó que no
me había sacado.
Arrojé la máscara y dormí en el vestuario
como un perro tolerado por la gerencia
por ser inofensivo
y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
ojalá te encontrara como una cosa que yo hiciese,
y no me quedara siempre enfrentado a la Tabaquería de enfrente
pisoteando la conciencia de estar existiendo,
como una alfombra con que un borracho tropieza
o un felpudo que los gitanos robaron y no valía
nada.
Pero el dueño de la Tabaquería llegó a la puerta y se quedó
en la puerta.
Lo miro con la incomodidad de la cabeza mal vuelta
y con la incomodidad del alma mal entendiendo.
El morirá y yo moriré.
El dejará el letrero, y yo dejaré versos…
En cierto momento morirá el letrero también, y los versos
también.
Después, en cierto momento morirá la calle donde estuvo el le-
trero,
y la lengua en que fueron escritos los versos.
Morirá después el planeta gigante en que todo esto se
dio.
En otros satélites de otros sistemas cualquier cosa
como gente
continuará haciendo cosas como versos y viviendo debajo
de cosas como letreros,
siempre una cosa enfrente de otra,
siempre una cosa tan inútil como la otra,
siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
siempre el misterio del fondo tan cierto como el sueño
del misterio de la superficie,
siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa
ni la otra.

Pero un hombre entró en la Tabaquería (¿para comprar
Tabaco?),
y la realidad plausible cayó de repente encima de mí.
Me incorporo enérgico, convencido, humano,
y voy a intentar escribir estos versos en que digo lo
contrario.
Enciendo un cigarro mientras pienso en escribirlos
y saboreo en el cigarro la liberación de todos los pensa-
mientos,
sigo al humo como una ruta propia,
y gozo, en un momento sensitivo y competente,
la liberación de todas las especulaciones
y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia
de estar mal dispuesto.

Después me echo hacia atrás en la silla
y continúo fumando.
Mientras el destino me lo conceda, continuaré fumando.

(Si me casase con la hija de mi lavandera
tal vez sería feliz.)
En vista de esto, me levanto de la silla. Voy hacia la ventana.

El hombre salió de la Tabaquería (¿metiendo el vuelto en el
bolsillo de los pantalones?).
Ah, lo conozco; es Esteves sin metafísica.
(El dueño de la Tabaquería llegó a la puerta.)
Como por un instinto divino, Esteves se volvió y
me vio.
Me hizo un gesto de adiós. Le grité, ¡Adiós, Esteves! Y el uni-
verso
se reconstruyó en mí sin ideal ni esperanza, y el dueño
de la Tabaquería sonrió.

Versión: M. C. Arostegui
Fuente del texto en portugués: Pessoa –Poesía completa- Tomo II. Edición Libros de Río Nuevo, Barcelona, 1983.





El fado y el alma portuguesa

Toda poesía - y la canción es una poesía ayudada - refleja lo que el alma no tiene. Por eso la canción de los pueblos tristes es alegre y la canción de los pueblos alegres es triste.
El fado, sin embargo, no es alegre ni triste. Es un episodio de intervalo. Lo formuló el alma portuguesa cuando no existía y lo deseaba todo sin tener fuerza para desearlo.
Las almas fuertes lo atribuyen todo al Destino; solo las débiles confían en la voluntad propia, porque ésta no existe.
El fado es el cansancio del alma fuerte, la mirada de desprecio de Portugal al Dios en que creyó y también le abandonó.
En el fado los Dioses regresan legítimos y lejanos. Es ése el segundo sentido de la figura del rey Don Sebastián.

Fuente: Pessoa, Fernando: El regreso de los dioses, Ed. Seix Barral, Barcelona, 1986