LA CULTURA EN BROMA

Marcel Marceau

SOBRE LA COMICIDAD

Sendra. En: Clarín
8 de junio de 2003.


El humor es algo serio. Extraer una sonrisa de un rostro  tenso o de un ánimo fatigado por las innumerables preocupaciones y desventuras a que nos expone el hecho de existir no ha de ser una tarea fácil. En lo que hace al trabajo actoral, creo, no sé si estoy en lo cierto o no, que debe ser más complicado el abordaje de la vena cómica que la dramática o trágica. Tal vez porque implica una selección de recursos que requiere altas dosis de agudeza y compenetración.
La circunstancia actual nos ha acostumbrado a vivir en climas propensos a la hilaridad. Pero, muchas veces, esa hilaridad recurre a fútiles procedimientos, dando pie a la burla ingrata, a la socarronería y al mal gusto. Esta tendencia procede del vaciamiento de sentido con que   una gran parte la  sociedad, carente de valores, de elevados ideales o de buena fe, pretende desviar nuestra mirada,  nuestro pensamiento y nuestras emociones.
La comicidad se manifiesta de distintos modos: provocando la  estrepitosa carcajada o buscando la complicidad de la sonrisa. Hay subgéneros teatrales que emplean el  matiz   hilarante para remarcar vicios de conducta o costumbres cuestionables. Tal es el caso de la farsa, el grotesco y la parodia. El absurdo apunta a los  rasgos  más tenebrosos que pueden alcanzar ciertas relaciones sociales. Cercano a éste, el humor negro apela a  una insólita mezcla de lo lúgubre  con lo risible.  La ironía,  con su juego de doble sentido y su  intención cáustica puede resultar inquietante.
Los  chistes  contados o representados gráficamente por medio de viñetas constituyen otra variante del empleo del humorismo con función  satírica. Sigmund Freud señaló el parentesco o semejanza entre la elaboración (defensiva) del mecanismo onírico y la que tiene lugar en la composición de un chiste (El chiste y su relación con el inconsciente, 1905). En ambos casos hay un contenido latente y uno manifiesto, que lo encubre o disfraza. Este encubrimiento se produce gracias a ciertos procesos de desplazamiento y condensación que transforman el material optativo, potencial (latente) en una representación  presente de los elementos regresivos (contenido manifiesto). En el caso del sueño, la energía psíquica, oponiéndose a la censura, guardiana de la intimidad personal, provoca la elaboración. En el chiste, el desplazamiento atenúa la crítica. Sin eludir el obstáculo, impone un rodeo verbal por medio del cual el disparate se vuelve admisible. A diferencia del sueño, el chiste forma parte de un mensaje social. El doble sentido debe ser entendido por los interlocutores para que la broma logre su efecto.
Comúnmente se rodea a la cultura de un halo de seriedad y de un empaque pomposo que podría llegar a transformarla en un objeto inaccesible, obra de genios de inspiración divina o semidioses que se dignan, de tanto en tanto, bajar a la esfera terrestre. Pero la cultura es el producto de todo lo que el hombre hace con los materiales que la naturaleza le brinda. Así, una silla, una vasija, una comida   son productos  culturales, del mismo modo que lo son: cuadros, estatuas, poemas, piezas musicales  o ballet. La diferencia está en que estos últimos son productos artísticos y en ellos prevalecen otros parámetros estéticos que se corresponden con los medios empleados, el modo de producir y la  trascendencia que se proponga. También juega un papel decisivo el  particular estilo con el que cada artista expresa su visión del mundo y de los recovecos más insondables de la condición humana.
Tomarse a risa la cultura no es una falta de respeto. Todo lo contrario. Es la manera más natural de acercarse a ella. El bebé sonríe ante una gracia y su rostro se ilumina cuando intercepta una morisqueta. Llora, en cambio, cuando algún malestar lo inquieta, cuando se lo priva de alguna diversión, cuando no se satisfacen sus necesidades primarias. Se viene al mundo llorando, debido a la violencia del tránsito que significa el parto, pero se sonríe como forma de aceptación de un entorno placentero, del reconocimiento de las figuras tutelares, de la  inserción en el habitat contenedor.
He aquí una reducida muestra de cómo desde los más diversos ámbitos de la creación, la risa cobra una dimensión reveladora. Descorre los velos con que la realidad, tantas veces, se oculta. Ahonda en la hipocresía y en los fuegos fatuos que dilatan la sombra  que cada uno lleva a la carga, aunque, a toda costa,  intente esquivarla.


La comedia, como se dijo, retrata a los hombres peores de lo que son, sí; más no según todos los aspectos del vicio, sino por alguna clase particular de falta, es decir, lo ridículo, que es una especie de lo feo. Podemos concebir lo ridículo como una especie de defecto o anomalía que no provoca sufrimiento ni daño a los demás, del mismo modo que una cosa fea y disforme nos resulta risible sin darnos cuenta.
 Fuente: Aristóteles, Poética, Buenos Aires, Andrómeda Ediciones, 2004.
 
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(…) De ahí el carácter ambiguo de lo cómico, que no pertenece por entero ni al arte ni a la vida. Por un lado, los personajes de la vida real no nos harían reír nunca si no fuésemos capaces de asistir a sus actos como a un espectáculo visto desde lo alto del palco; es decir,  que solo nos parecen cómicos porque representan una comedia. Pero, por otro lado, en el teatro mismo, el placer de la risa no es un placer puro, un placer exclusivamente estético, absolutamente desinteresado, sino que le acompaña siempre una segunda intención que, cuando no la tenemos nosotros mismos, la tiene la sociedad para con nosotros. A producir el efecto cómico concurre siempre la intención implícita de humillar, y por ende de corregir, al menos en lo externo.
(…)
La flexibilidad de un vicio sería menos fácil de ridiculizar que la rigidez de una virtud. (…) Todo aquel que se aísla se expone al ridículo, pues lo cómico se compone en gran parte de ese aislamiento. Así se explica que lo cómico se relacione con tanta frecuencia con las costumbres, con las ideas, y digamos la palabra, con los prejuicios de la sociedad.
 Fuente: Bergson, Henry, La risa, Buenos Aires, Editorial Losada, 1939.

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Suele reprochárseles a los humoristas su falta de seriedad. Los que así proceden ignoran -o fingen ignorar- que los progresos del espíritu humano se hallan graduados, según el perspicuo Sanin Cano, por tres grandes sucesos: el del día que el hombre libertó sus manos y aprendió a andar en dos pies; el día en que, en presencia de un contraste inesperado se le contraían los músculos de la risa; y el año o el día en que Cervantes o Shakespeare, casi a un mismo tiempo, formularon su concepto irónico y bondadoso de la vida y descubrieron ese nuevo modo de mirar al hombre y a la naturaleza que ha pasado a las literaturas con el nombre de sentido del humor.
(…)
El silencio nos reintegra a nosotros mismos, el humor nos devuelve a los demás.
 Fuente: Tiempo, César, Nada más humano que reír, Clarín Cultura, 17 de junio de 1976.
Landrú- La razón de mi tía
Hyspamérica


HUMOR EN PÍLDORAS (Chistes)

Telegrama: “Perdí el tren. Saldré mañana. Misma hora”.
Respuesta: No salgai a la misma hora que lo vai a volver a perder.

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Una oveja encuentra a otra y le ve aspecto de cansada:
- Es porque conté 147 pastores antes de dormirme.

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El médico que viene de examinar a la señora dice, moviendo la cabeza, al marido que la acompaña:
- No me gusta nada su señora.
Y el otro replica:
- Hace mucho que a mí tampoco.

Fuente: En frasco chico (selección Silvia Delucchi y Noemí Pendzic), Buenos Aires, Editorial Colihue,2004.

  • Cuentos de humor. Antología compilada por Susana Iszcovich, Buenos Aires, Editorial Troquel, 1998.
  • Morin, Violette. Selección de chistes para el diario Le monde.
  • Freud, Sigmund: Selección de chistes para su ensayo El chiste y su relación con el inconsciente.
 
Programa del espectáculo de Les Luthiers
Bromato de armonio, 1996.
Les Luthiers. Acto inicial de Bromato de armonio









Estatua de Fernando Pessoa en la puerta del café A Brasileira, lugar de reunión de artistas e intelectuales. Barrio de Chiado.

FERNANDO PESSOA: UN POETA, MUCHOS POETAS

Fernando Antonio Nogueira Pessoa (Lisboa,1888-Lisboa, 1935) empleó en su escritura el recurso de la heteronimia, que aunque no es exclusivo de él, en su caso, sostiene el drama-em-gente: un poeta dramático que escribe poesía lírica y es, a la vez, varios poetas.
Al referirse al aspecto ético del sensacionismo, tendencia dentro de la cual ubica a su obra, Pessoa nos aporta la siguiente causalidad del fenómeno:
Habiéndome acostumbrado a no tener creencias n i opiniones, no fuese a debilitarse mi sentimiento estético, en breve terminé por no tener ninguna personalidad, excepto una personalidad expresiva; me transformé en una máquina apta para expresar estados de espíritu tan intensos que se convirtieron en personalidades e hicieron de mi propia alma la mera cáscara de su apariencia causal.
(El regreso de los dioses, pg. 248).
Si nos extendemos un poco más allá de las motivaciones personales, podríamos decir que esta fragmentación subjetiva y la visión multifacética que la traduce, da cuenta de los profundos cambios sociales, políticos y económicos que tuvieron lugar entre fines del siglo XIX y principios del XX y, quizás, también exprese el resquebrajamiento de la tradición imperial portuguesa y su consecuente división geográfica.
TABAQUERÍA
de Fernando Pessoa (Alvaro de Campos)

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
de mi cuarto, de uno entre los millones del mundo que nin-
guno sabe quién es
( y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?)
Dais hacia el misterio de una calle cruzada constante-
mente por gente,
con una calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente
cierta,
con el misterio de las cosas por debajo de las piedras y de los
seres,
con la muerte poniendo humedad en las paredes y cabellos
blancos en los hombres,
con el Destino conduciendo la carroza de todo por el
sendero de nada.

Estoy hoy vencido, como si supiese la verdad.
Estoy hoy lúcido, como si estuviese por morir
y no tuviese más hermandad con las cosas
que una despedida, tornándose esta casa y este lado
de la calle
en la fila de vagones de un tren, y una partida
señalada
desde dentro de mi cabeza
y una sacudida de mis nervios y un crujir de
huesos en la partida.

Estoy hoy perplejo como quien pensó y encontró y ol-
vidó.
Estoy hoy dividido entre la lealtad que debo
a la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por
fuera,
y la sensación de que todo es sueño, como cosa real por
dentro.

Fallé en todo.
Como no me hice propósito alguno, tal vez todo fuese nada.
El aprendizaje que me dieron,
me bajé de él por la ventana trasera de la casa.
Fui hasta el campo con grandes propósitos.
Pero allí solo encontré hierbas y árboles,
y cuando había gente era igual a otra.
Salgo de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué he de pensar?

¿Que sé yo lo que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Seré lo que pienso? ¡Pero pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan que son la misma cosa que no
puede haber tantos!
¿Genio? En este momento
cien mil cerebros se conciben en sueños genios como
yo,
y la historia no distinguirá ¿quién sabe? Ni uno solo,
ni habrá estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay dolientes locos con tantas
certezas!
Yo, que no tengo ninguna certeza ¿soy más cierto o
menos cierto?
No, ni en mí…
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
no estarán a esta hora los que se creen genios, soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas –
sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas -,
y quién sabe si realizables,
nunca verán la luz del sol real ni hallarán los oídos de
la gente?
El mundo es para quien nace para conquistar
y no para quien sueña que puede conquistar, aunque
tenga razón.
He soñado más que lo que Napoleón hizo.
He apretado en el pecho hipotético más humanidades
que Cristo,
He elaborado filosofías en secreto que ningún Kant
escribió.
Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la buhardilla,
aunque no viva en ella;
seré siempre el que no nació para eso;
seré siempre solo el que tenía cualidades;
seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta
al pie de una pared sin puerta
y cantó l a copla del Infinito en un gallinero,
y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derrámeme la naturaleza sobre la cabeza ardiente
su sol, su lluvia, el viento que me enreda el cabello,
y el resto que venga si viene, o tuviese que venir, o no
venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos todo el mundo antes de levantarnos de la
cama;
pero despertamos y él es opaco,
nos levantamos y él es ajeno,
salimos de casa y él es la tierra entera
mas el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(¡Come chocolates, pequeña
Come chocolates!
Mira que no hay más metafísica en el mundo, sino cho-
colates,
mira que las religiones todas no enseñan más que
la confitería.
¡Come, pequeña, sucia, come!
¡Si pudiera yo comer chocolates con la misma verdad con
que los comes!
Pero yo pienso, y al sacar el papel de plata, que es de
hojas de estaño,
tiro todo al suelo, como he tirado la vida.)

Pero, al menos, queda la amargura de que nunca seré
la caligrafía rápida de estos versos,
pórtico abierto hacia lo Imposible.
Pero, al menos, me consagro a mí mismo un desprecio
sin lágrimas,
noble al menos en el gesto amplio con que tiro
la ropa sucia que soy, sin rol, al decurso de las cosas,
y me quedo en casa sin camisa.

(¡Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
o diosa griega , concebida como estatua que fuese viva,
o patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
o princesa de trovadores, gentilísima y colorida,
o marquesa del siglo dieciocho, escotada y lejana
o cocote célebre del tiempo de nuestros padres,
o no se qué moderno – no concibo bien qué -,
todo eso, sea lo que fuere, que seas, si puede inspirar
que inspire!
Mi corazón es un cubo vaciado.
Como los que invocan espíritus, me invoco
a mí mismo y no encuentro nada.
Me acerco a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.
Veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pa-
san,
veo los entes vivos vestidos que se cruzan,
veo los perros que también existen
y todo esto me pesa como una condena al destierro,
y todo esto es extranjero, como todo.)
Viví, estudié, amé y hasta creí,
y hoy no hay mendigo que yo no envidie por no
ser yo.
Miro a cada uno los andrajos, las llagas y la mentira,
y pienso: tal vez nunca vivieses, ni estudiases ni ama-
ses ni creyeses.
(Porque es posible hacer la realidad de todo eso sin
hacer nada de eso);
tal vez hayas existido solo, como un lagarto al que
le cortan el rabo
y qué es un rabo para este lado del lagarto, confusamente.

Hice de mí lo que no supe,
y lo que podía hacer de mí no lo hice.
El Dominó que vestí estaba equivocado.
Me conocieron, por lo tanto, por quien no era y no lo desmentí,
y me perdí.
Cuado me quise sacar la máscara,
estaba pegada a la cara.
Cuando la saqué y me vi en el espejo,
ya había envejecido.
Estaba ebrio, ya no sabía llevar puesto el dominó que no
me había sacado.
Arrojé la máscara y dormí en el vestuario
como un perro tolerado por la gerencia
por ser inofensivo
y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
ojalá te encontrara como una cosa que yo hiciese,
y no me quedara siempre enfrentado a la Tabaquería de enfrente
pisoteando la conciencia de estar existiendo,
como una alfombra con que un borracho tropieza
o un felpudo que los gitanos robaron y no valía
nada.
Pero el dueño de la Tabaquería llegó a la puerta y se quedó
en la puerta.
Lo miro con la incomodidad de la cabeza mal vuelta
y con la incomodidad del alma mal entendiendo.
El morirá y yo moriré.
El dejará el letrero, y yo dejaré versos…
En cierto momento morirá el letrero también, y los versos
también.
Después, en cierto momento morirá la calle donde estuvo el le-
trero,
y la lengua en que fueron escritos los versos.
Morirá después el planeta gigante en que todo esto se
dio.
En otros satélites de otros sistemas cualquier cosa
como gente
continuará haciendo cosas como versos y viviendo debajo
de cosas como letreros,
siempre una cosa enfrente de otra,
siempre una cosa tan inútil como la otra,
siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
siempre el misterio del fondo tan cierto como el sueño
del misterio de la superficie,
siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa
ni la otra.

Pero un hombre entró en la Tabaquería (¿para comprar
Tabaco?),
y la realidad plausible cayó de repente encima de mí.
Me incorporo enérgico, convencido, humano,
y voy a intentar escribir estos versos en que digo lo
contrario.
Enciendo un cigarro mientras pienso en escribirlos
y saboreo en el cigarro la liberación de todos los pensa-
mientos,
sigo al humo como una ruta propia,
y gozo, en un momento sensitivo y competente,
la liberación de todas las especulaciones
y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia
de estar mal dispuesto.

Después me echo hacia atrás en la silla
y continúo fumando.
Mientras el destino me lo conceda, continuaré fumando.

(Si me casase con la hija de mi lavandera
tal vez sería feliz.)
En vista de esto, me levanto de la silla. Voy hacia la ventana.

El hombre salió de la Tabaquería (¿metiendo el vuelto en el
bolsillo de los pantalones?).
Ah, lo conozco; es Esteves sin metafísica.
(El dueño de la Tabaquería llegó a la puerta.)
Como por un instinto divino, Esteves se volvió y
me vio.
Me hizo un gesto de adiós. Le grité, ¡Adiós, Esteves! Y el uni-
verso
se reconstruyó en mí sin ideal ni esperanza, y el dueño
de la Tabaquería sonrió.

Versión: M. C. Arostegui
Fuente del texto en portugués: Pessoa –Poesía completa- Tomo II. Edición Libros de Río Nuevo, Barcelona, 1983.





El fado y el alma portuguesa

Toda poesía - y la canción es una poesía ayudada - refleja lo que el alma no tiene. Por eso la canción de los pueblos tristes es alegre y la canción de los pueblos alegres es triste.
El fado, sin embargo, no es alegre ni triste. Es un episodio de intervalo. Lo formuló el alma portuguesa cuando no existía y lo deseaba todo sin tener fuerza para desearlo.
Las almas fuertes lo atribuyen todo al Destino; solo las débiles confían en la voluntad propia, porque ésta no existe.
El fado es el cansancio del alma fuerte, la mirada de desprecio de Portugal al Dios en que creyó y también le abandonó.
En el fado los Dioses regresan legítimos y lejanos. Es ése el segundo sentido de la figura del rey Don Sebastián.

Fuente: Pessoa, Fernando: El regreso de los dioses, Ed. Seix Barral, Barcelona, 1986