Los poetas:
Eim traum
Lo sabían los tres.
Ella era la compañera de Kafka.
Kafka la había soñado.
Lo sabían los tres.
Él era el amigo de Kafka.
Kafka lo había soñado.
Lo sabían los tres.
La mujer le dijo al amigo:
quiero que esta noche me quieras.
Lo sabían los tres.
El hombre le contestó: si pecamos,
Kafka dejará de soñarnos.
Uno lo supo.
No había nadie más en la tierra.
Kafka se dijo:
ahora que se fueron los dos, he quedado solo.
Dejaré de soñarme.
Fuente: Borges, Jorge Luis, Obra poética (La moneda de hierro-1976) , Buenos Aires, Emecé Editores, 1986.
A Franz Kafka
Si nosotros, los próximos condenados, presuntos elegidos,
fuéramos un día convocados a una exaltada consulta
con los auténticos, los peores y los mejores
seleccionados de todos los tiempos, ¡cuán mezquina sería nuestra
posición!
¡Oh! Jamás podríamos soportar la permanente vergüenza,
la equívoca ignominia de no ser elegidos;
nosotros que apenas si respondemos a nuestros nombres
y que en el camino directo ignoramos la dirección.
Pero tú, querido Franz triste campeón de lo monótono
y partido, contemplarías las vergüenzas reveladoras deslizarse
(como si fueran tesoros encontrados), no indiferente
sino con una voraz pasión, presto para arrancar
el significado y leer en todas las hojas del pecado
la escritura secreta de la Eternidad , la prueba salvadora.
Autor: Edwin Muir (1887-1958). Fue representante del British Council en Praga y tradujo algunas de las obras de Kafka.
Fuente: Revol E.L. (selección, traducción y notas) Poesía inglesa contemporánea, Buenos Aires, Ediciones Librerías Fausto, 1974.
Los narradores:
A continuación de ese día no menos deprimente para el doctor K. que para los ciudadanos de Desenzano, pasa tres semanas en Riva, en el sanatorio hidroterápico del doctor Von Hartungen, adonde llega en su barco de vapor antes de que se hubiera hecho la noche. Un criado, provisto de un largo mandil verde que anuda a la espalda con una pequeña cadena de latón, conduce al doctor K. a su dormitorio, desde cuyo balcón ve el lago, en perfecta quietud, sumido en la oscuridad incipiente. Ahora todo es azul sobre azul, y nada parece ya moverse, ni siquiera el vapor, de nuevo, un buen trecho alejado en las aguas. Al día siguiente ya comienza la rutina en el sanatorio. En la medida de lo posible, el doctor K. quiere intentar, entre diferentes tipos de baños de agua fría y tratamiento eléctrico que se le ha prescripto, sumergirse de pleno en el silencio, pero el pesar que tiene con Felice, y Felice con él, le agrede sin descanso, como concentrado en algo vivo, en torno a él, sobre todo al despertar pero también durante las comidas. Sucede que entonces cree estar paralizado y no saber ya cómo manejar los cubiertos.
Fuente: W.G. Sebald, Vértigo, Barcelona, Editorial Anagrama, 2010.
La palabra Ungeziefer, dijo Tardewski, con que los nazis designarían a los detenidos en los campos de concentración, es la misma palabra que usa Kafka para designar eso en que se ha convertido Gregorio Samsa, una mañana, al despertar.
La utopía atroz de un mundo convertido en una inmensa colonia penitenciaria, de eso le habla Adolf, el desertor insignificante y grotesco, a Franz Kafka que lo sabe oír, en las mesas del café Arcos, en Praga, a fines de 1909. Y Kafka le cree. Piensa que es posible que los proyectos imposibles y atroces de ese hombrecito ridículo y famélico lleguen a cumplirse y que el mundo se transforme en eso que las palabras estaban construyendo: El Castillo de la Orden y la Cruz gamada, la máquina del mal que graba su mensaje en la carne de las víctimas.¿No supo él oír la voz abominable de la historia?
(…)
Muere Franz Kafka el 3 de junio de 1924. En esos mismos días , en un Castillo de la Selva Negra , Hitler se pasea por una sala de techos altos y paredes con vitrales. Se pasea de un lado a otro y dicta a sus ayudantes los capítulos finales de Mein Kampf.
Fuente: Piglia , Ricardo, Respiración artificial, Buenos Aires, Editorial Planeta Argentina S.A.I.C., 1995.
Los ensayistas:
Sin ir más allá de sus propias fronteras, Kafka parece hablar de todo el mundo, del hombre en general, de su condición actual y de su porvenir. Es así como, sin dejar de ser jamás otra cosa que el irónico profeta de su propia vida, se convierte en el profeta infalible de una época que parece poner su mayor celo en parecerse al mundo fantástico de sus cuentos. Milagro de la clarividencia poética, sin duda, pero más aún milagro de un rigor espiritual que no acepta ningún salto, ningún apoyo, ningún alto en las consoladoras regiones del ideal de segunda mano. Si Kafka ha entregado un “mensaje” universal, si su obra es profética, su palabra es tanto más poderosa por cuanto no habla de lo universal y no apunta a la profecía. Partiendo de hechos particulares, localizados, subjetivos en extremo, es cierto que su genio alcanza de golpe, sin esfuerzo y sin ruido, el drama universal del pensamiento, pero es solo en virtud de una gracia, la de la humildad que, al fin y al cabo, debe ser considerada como el mayor secreto de su arte.
Fuente: Robert, Marthe, Kafka, Buenos Aires, Editorial Paidós, 1969.
El arte es antes que nada la conciencia de la desdicha, no su compensación. El rigor de Kafka, su fidelidad a la exigencia de la obra, su fidelidad a la exigencia de la desdicha le ahorraron ese paraíso de ficciones en que se complacen tantos artistas débiles a quienes la vida ha decepcionado. El arte no tiene por objeto sueños ni “construcciones”.Pero tampoco describe la verdad: la verdad no debe conocerse ni describirse, ni siquiera puede conocerse a sí misma, como la salvación terrestre exige que se la obtenga y no que se la interrogue ni se la figure. En este sentido no hay lugar alguno para el arte: el monismo riguroso excluye todos los ídolos. Pero en ese mismo sentido, si el arte no está justificado en general, cuanto menos lo está solo para Kafka, pues precisamente, como Kafka, el arte está vinculado a lo que hay “fuera” del mundo y expresa la profundidad de ese exterior sin intimidad y sin reposo, de eso que surge cuando, ni siquiera con nosotros, ni siquiera con nuestra muerte, tenemos ya relaciones de posibilidad. El arte es la conciencia de “esa desdicha”. Describe la situación de quien se ha perdido a sí mismo, de quien ya no puede decir “yo”, de quien en un solo movimiento ha perdido al mundo, la verdad del mundo, de quien pertenece al exilio, a ese tiempo del desamparo en que como dice Hölderlin, los dioses ya no existen y no son todavía. Lo cual no significa que el arte afirme otro mundo, si es cierto que está en su origen, no en otro mundo, sino en el otro de todo mundo (como se ve, a este respecto –pero en las notas que reflejan su experiencia religiosa más que en su obra-, Kafka da o está listo para dar el salto que el arte no autoriza).
Fuente: Blanchot, Maurice, De Kafka a Kafka, México, Fondo de Cultura Económica, 1993.